martes, 2 de febrero de 2016

2

O"En cierto sentido, la vida es una batalla perdida. Vivimos toda la vida tratando de seguir vivos, y al final siempre hay que darse por vencidos"
"Una persona normal estaría disfrutando de las calles de Londres. Estaría planeando ir al Museo Británico a ver las momias, los adornos y todas esas bonitas cosas que los ingleses le han quitado al resto del mundo a lo largo de siglos. Una persona normal se preguntaría por el Big Ben, por Buckingham Palace, por la Catedral..."
La joven avanza decididamente por las calles de Bloomsbury. Su pecho está tan lleno de amargura, que es totalmente incapaz de ver algo digno de admirar en todo lo que la rodea. Eso sí, es consciente de que es un problema de ella, no del entorno , y eso también le duele, le molesta encendiendo en ella una cosa muy similar a la autocompasión. Toda la gente le parece estúpida e insignificante, aunque Mara no es tan tonta para no sospechar que es porque esa gente se ve feliz y ella les envidia. Pero hacen cosas estúpidas, como reír por bobadas y darse la mano en los cafés. Cosas inútiles, como tener hijos y llevarlos de la mano a saltitos por la calle.  O sacarse fotos frente a monumentos y edificios...¿para qué?. Si todo está destinado a terminarse y tarde o temprano no quedará nadie que recuerde nada ni a nadie.
Hace años que está enojada con la existencia misma, y de forma muy especial, con ese vejete cósmico que llaman Dios, aunque no cree saber gran cosa de él. Sea lo que sea ese personaje o cosa, le es odioso a cada segundo. Fuerza, demonio, genio maligno, Tao, lo mismo le daba. No puede dejar de hacer aquello que le es mandado. Oh no, no puede; si su situación es mala ahora, desobedecer órdenes directas la destruiría. No cree ser vigilada en todo momento por una mente omnisciente, pero sí cuando se le ha mandado algo.
Tuvo que viajar a Londres intempestivamente, sin planearlo, sin saberlo, dejando su trabajo, su animé, su pieza, sus juegos de video, su cerveza.... la vida era más fácil estando un poco ebria, pero no podía beber ni una gota si estaba en una misión. Simplemente la llamaron a una oscura habitación secreta en alguna parte del centro de Santiago y le dijeron: "Alguien muy importante para el país está en peligro en Londres. El Capítulo de Londres no se hará cargo: tenemos que hacerlo nosotros. Vaya y protéjalo con su vida, si es necesario". 
Poco después de bajar del avión y del taxi, había dormido un rato en el banco de una especie de plazoleta hasta que una mujer  policía en resplandeciente chaqueta amarilla le mandó que moviera el culo de ahí, picándola con la antena de su chirriante radio, quizá tomándola por una pordiosera inmigrante. Se mira al pasar frente a una vitrina con movimientos desequilibrados y perezosos. Su rostro de agradables facciones mediterráneas está muy desmejorado, muy esquelético y lechoso,  y su pelo negro parece el de una drogadicta perdida al levantarse, aplastado contra la frente y rebelde por atrás. Prefiere no abrir mucho la boca: sabe que el cigarrillo le ha manchado los dientes y no tiene interés en verlos y comprobarlo si no es en el momento de cepillarlos.  La vieja chaqueta de cuero con algunos parches y adornos metálicos, los jeans y las mugrientas botas negras militares completan su aspecto de precariedad. Pero ¿a quién le importa? .
Ha vagado un rato por Bloomsbury, fumando y bostezando más que de costumbre, con el pasaje de regreso a Santiago en el bolsillo de la chaqueta, junto al parche de Dorso, una banda de metal que antes le gustaba. Antes, cuando tenía amigos y salía, y hasta se reía de buena gana durante horas. Ahora ya no le gusta, pero sacar el parche le da pereza, como casi cualquier actividad de la vida distinta de comer pizza y ver animé en la cama. Lo mismo le sucede con el piercing que tiene en la ceja y el otro de la nariz: prefiere dejar todo como está acostumbrada, más por abulia que por cualquier otra cosa.
Saca el pasaje y lo ubica en un bolsillo más seguro: sólo quería regresar a su mediocre rutina. El papelito le proporciona una sensación de pronto alivio.
No necesita un plano de la ciudad, aunque nunca antes ha estado en Londres, ni conoce la ubicación de Russell Square. Ya  puede sentir dónde se le necesita: allí donde se está produciendo una acumulación de oscuridad. Siente dicha oscuridad como si estuviera oliendo con la mente, y puede distinguirla claramente del cúmulo de información sobrenatural, mucho más suave, que le llega de forma casi constante desde la gente que se moviliza a su alrededor. Sabe que los enemigos están cerca, pero esto no le produce demasiada inquietud; los percibe, en la forma profundos abismos de oscuridad que se agitan y desplazan,  pero confía en haberse camuflado bien a ella misma para no ser percibida por gente con similares habilidades.  Además, sus sentimientos de por sí ya son tan oscuros en ese momento que los mismos agentes oscuros la deben estar confundiendo con una de ellos. No era una beata hipócrita como en su opinión eran casi todos los demás; por eso resultaba tan útil para el Capítulo; si no pensaba mucho, si no dejaba vagar su mente hacia ningún remanso de calma era muy posible que no diferenciaran su presencia de la de la masa de psicópatas y sociópatas londinenses hasta que fuera tarde y la misión estuviera casi completa. De hecho, este era su plan, y no tenía otro de respaldo. Jamás tenía.
Además, pensaba que si había que morir, no era algo tan importante tampoco. Incluso creía desearlo. Acariciaba la fantasía de que apareciera alguien contra quien descargar toda su rabia, no importando si esa persona se defendía. Un asaltante o un violador, por ejemplo. Era una fantasía frenética con abundancia de golpes y sangre que se apoderaba de toda su consciencia haciéndola soñar despierta por unos instantes, de la cual generalmente despertaba con los puños apretados y la mandíbula contraída, si no despertaba cuando algún conductor hacía sonar la bocina para que se apercibiera de lo mal que estaba cruzando la calle. Y es que a veces su aislamiento y su desgana la llevaban a refugiarse en un mundo interior.
Al ver a Adán Velázquez entrando en la plaza enrejada, manteniéndose un poco escondida tras una roja caseta telefónica, sabe de inmediato que ese es su hombre. No necesita mirar las fotos que le han pasado sus superiores, y que tiene todas arrugadas en el bolsillo de su gastada chaqueta favorita, junto a un paquete de galletas rancias en el que quedan unas cuantas migajas. Lo observa caminando ágilmente, rodeado por un sentimiento de confusión y angustia que sale de él como si fueran destellos rojizos, positivamente visibles. Mara se concentra para ver todo lo que puede, para descorrer el velo de lo netamente material.  De inmediato el aura rojiza que rodea al joven se diferencia mucho del resto de las auras de los paseantes, mucho más pálidas y comunes, aunque no exentas de fugaces destellos color sangre. Mantiene la concentración en el joven con un pequeño esfuerzo, hasta que pudo distinguir una gruesa serpiente que cuelga de su espalda, enroscándose en su cuello. La serpiente sacaba y escondía la bífida lengua trepidante, susurrando cosas al oído de Adán y cargando su cuello con un abrazo tenso y pesado. 
 "Oh, guapo, te han hecho un daño muy grande. Te quieren enfermar de la cabeza. Te quieren agotar con pensamientos destructivos. ¿Por qué te odian tanto? Debes ser un pez muy gordo. Pero no es asunto mío".
Dejó la concentración, y de inmediato algunas cosas desaparecieron y otras se atenuaron hasta casi no verse. La realidad material volvía a dominar su visión. 
 Vio a Adán, con la boca rígidamente apretada y un rictus de angustia en el entrecejo, detenido en la bifurcación por un momento, y luego torcer a la derecha.   Vio también que un individuo encapuchado se había materializado por un instante cerca del letrero de ubicación que estaba a la entrada de Russell Square. ¿El primer enemigo a vigilar? No. No le pareció un espíritu muy fuerte. Ni siquiera se le aceleró el pulso. Quizás ese personaje no tenía interés en lo que ella estaba trabajando. Era literalmente un pobre diablo, no como los otros que se acercaban desde más de una  dirección, convergiendo raudos sobre la plaza.
Mara sabe  que cuando algún ente espiritual quiere interactuar con la materia, y no simplemente quedarse en lo etéreo, siendo perceptible en forma exclusiva por unas pocas personas en el mundo, necesita un campo de energía. De lo contrario, el espíritu no puede mover nada que tenga materia, nada común: simplemente lo atraviesa. Cuando aparece este campo, es como si el aire se cargara de partículas pesadas, que proporcionan consistencia a la criatura etérea, como si la frenaran, como si hicieran viscoso el ambiente para ella y le proporcionaran masa por unos instantes, y poco a poco el ser espiritual empieza a reflejar la luz, lo que significa que empieza a hacerse visible al ojo humano, aunque casi nunca llegan a serlo del todo.  A veces ella percibe estas partículas de forma visible y brillante, y otras veces sólo siente como un peso sobre todos los miembros de su cuerpo. Ahora se le presentan de esta segunda manera.
Lo que nunca ha logrado entender es de dónde aparecen estos puntitos de energía que vuelven pesado el ambiente. ¿Los crea el mismo espíritu, o aparecen por algún efecto natural? ¿No será el mismo Vejete Cósmico el que los pone ahí? Si no existieran, los espíritus sólo podrían interactuar con la mente de las personas, que es de hecho lo que siempre están tratando de hacer para ordenar la historia a su capricho. 
Luego ve reunirse a Adán con la doctora Francine Monagan, y la odia de inmediato, como a casi todas las mujeres. Incluso en sus años más alegres, Mara siempre se ha llevado mejor con los hombres. "El amigo con tetas", le decían a veces, y ella no se sentía ofendida. De Monagan le habían hablado en esa salita secreta de El Capítulo, en Santiago. El desprecio le sale desde el fondo del alma, como amarga ponzoña:
"Ese es el tipo de zorra que se cree superior a los demás por sus títulos universitarios, y sigue siendo tan puta como las demás con esos ojitos de muñeca. A ver si haces algo importante en tu vida en vez de despreciar al resto. Ella, la salvadora del mundo, la que cura a los psicópatas, la que silencia a los corderos...¿Has hecho algo importante, salvo provocarme problemas.? Mira en que lío has metido a ...ese...que ni siquiera sé quién es"
Hay ya menos luz natural .Siente un viento, un batir de gigantescas alas, y sabe que habrá jaleo. Solo siente una pequeña punzada de temor. 
 Y entonces ve al Príncipe entre las negras copas de los árboles de ramas ganchudas. El demonio mayor de toda la Marca de Inglaterra está allí, agitando las ramas mientras revolotea, como una sombra casi translúcida del mal. Un noble dentro de la jerarquía infernal, descendiente de antiguos gigantes y del mismísimo Caín, el primer fratricida, aquél que según el Malleus Malleficorum había nacido dando espeluznantes carcajadas.  O al menos, eso le habían explicado a ella en lo tocante a las criaturas infernales que tan a menudo percibía. 
Intenta recordar como se llama ese demonio en particular. Todos tienen nombres, pero ese conocimiento, guardado celosamente por los infatigables miembros del Capítulo, no le había sido revelado, lo que no había impedido que ella lo leyera a hurtadillas hacía años en la pequeña biblioteca de la oficina. Decide que ya no le interesa. ("Pueden meterse sus conocimientos esotéricos por donde mejor les quepan").  Se trata de una criatura antropomorfa, musculosa, provista de garras, con un horrible rostro bestial de colmillos al aire, pelo hirsuto en la cabeza y alas de dragón. Mara recuerda una ilustración de esa bestia justamente en forma de dragón, en la que su tono verdoso y sus patas retorcidas le daban un parecido con aquellos dragones que San Jorge mata en los cuadros. Ella simplemente le llama Grendel, ya que suele asociar ese nombre con Inglaterra.
"Si vino personalmente, es porque esto es muy importante" - se dice. Maldice una vez más a Dios, que le permite ver esas cosas - "Y pensar que algunos dicen que esta mierda es un don...¡Un don!".
Sabe que no puede con Grendel. Al menos, no directamente, pero puede usar la astucia para distraerlo, para alejarlo, o para esconder a Adán de las garras de la criatura, que para el joven seguramente no es una entidad visible como para ella. Lo bueno es que el demonio aún no parece apercibido de que hay una agente enemiga en el campo de batalla. Puede ver el rostro de la criatura, que parecía siempre sonreír en forma macabra. Detrás de cualquier problema de degradación y destrucción humana que el Reino Unido pudiera tener, se podía adivinar la providente intervención de este Príncipe. Mara se pregunta por qué Grendel estará tan preocupado por un extranjero de un país provinciano en el fin del mundo.
Dos hombres bajan de una destartalada camioneta azul que acaba de estacionarse en el centro de la plaza con un potente silbido de frenos. Dos estridentes portazos.  La gente común sólo ve a dos trabajadores normales con sobretodos azules, pero Mara siente su oscuridad como un desgarro de angustia en el pecho, tan claro, que no hay duda posible. Uno de los hombres tenía que ser un importante sacerdote de algún culto demoníaco de Londres, y el otro, por lo menos un diacono. Ambos hombres se dirigen presurosos hacia la banca donde están Adán y Francine.
Pero ahora el economista y la neuróloga se han levantado, y poco después se separan con cierta brusquedad. Los sujetos parecen dirigirse hacia Francine, mientras el horrible y gigantesco Grendel, suspendido entre los árboles,  sigue con la mirada a Adán. 
"Lo siento putita. No puedo ayudar a ambos" murmura la joven, botando el cigarrillo y aplastándolo con el pie. Ya tiene un plan.  Debe distraer a Grendel por un tiempo suficiente para ocultar la presencia de Adán, y huir. Con un poco de suerte, ya no lo podrían encontrar. Si es necesario,  trataría de usar la ira del propio demonio mayor para confundirlo: todo el mundo sabe que los demonios, en el fondo, están locos, locos de ira. Eso le ha funcionado antes.
Ha llegado el momento.
"Bueno, Vejete Cósmico, tu no me agradas, y yo no te agrado, pero quieres que haga esto, y si me niego me haces daño, así que ayúdame. Se supone que tu no mandas cosas que una no puede hacer. Y claro, como eres truculento, quizás me trajiste aquí para morir de forma espantosa y qué se yo. En ese caso lo único que te pido es que, donde quiera que pase, haya vodka o sedantes mientras agonizo. Aquí vamos. "
En un instante palidece la oscuridad que la rodea y un leve halo de luz blanca se fija en torno a su cuerpo. Grendel y los dos hombres la sienten y  vuelven los rostros hacia ella, pero era tarde. Todo pasa en una  fracción de segundo. Casi demasiado rápida para ser percibida por un ojo humano, Mara sale de su escondite, cubre los treinta metros que la separan del sacerdote principal y al pasar por su lado le da un golpe en el pecho con los dedos mayor e índice de la mano derecha. Siente el esternón partirse con un extraño crujido, y siente como sus dedos se hunden en la masa blanda tras el hueso.
Un par de personas normales que iban pasando en ese momento por ahí ven a un técnico vestido de overol azul llevarse de pronto una mano al pecho y dar un grito de dolor que se corta al instante. Se queda por un momento inclinado, ante los ojos estupefactos de su compañero, y luego se desploma hacia atrás con tanta fuerza que su cabeza rebota en el pavimento con un horrible ruido.
Grendel emite un rugido y se lanza tras ella, pero la joven ya había previsto esto. Cambia de dirección apoyando los pies en un grueso tronco de árbol, dejando al monstruo pasar torpemente en la dirección equivocada y en un instante se encuentra al lado de Adán Velásquez, unos metros fuera de Russell Square. Este estaba esperando el cambio de luz en el semáforo para cruzar. Mara se empina para alcanzar su cabeza con las manos, sin tocarlo, y con un leve acto de concentración, le traspasa algo de su propia energía. Al salir de su cuerpo, la energía de ella reemplaza y apaga a la de el, mientras que algo de la energía de él se pega al cuerpo de la joven.
Alguien pudo haber visto un rayo de luz blanca pasar, pero seguramente esa persona lo tomaría como una idea suya. Un simple destello fingido por las luces de la plaza y los autos. Sabía que así funcionaba la mente de las personas, descartando la información contradictoria casi de forma inconsciente.
"Te sentirás muy deprimido y confuso por unos días, amigo" murmura para sí misma mientras termina la operación, que no dura más de un segundo. Acto seguido, se aparta la velocidad del rayo de Adán, que no ha tenido ni la mas mínima posibilidad de verla, aunque pudo haberla sentido en forma de un rápido escalofrío. Su plan es que la persigan a ella hasta perderle, confundiéndole con el hombre. Puede sentir a Grendel y uno de sus secuaces todavía a un medio centenar de metros de ella, en la plaza. Los siente moverse y latir allí, como un susurro, como gotas de agua en su pecho, o quizá cerca del estómago, como un hormigueo interior que no le dejaba lugar a dudas El espíritu del otro ha dejado de transmitir energía, por lo que es casi seguro que está muerto. Pero no se mueven hacia ella, como esperaba. Algo los está deteniendo... ¿Han perdido el interés?.
Al fin. Parece que ya no habrá más jaleo. Ese señorito guapo de la alta sociedad está a salvo, según cree. Pero no siente nada de satisfacción por haber cumplido. Más bien tiene una sensación que se le antoja similar a la que tendría un cruzado que regresa de guerrear por años en Tierra Santa para descubrir que Dios no existe y además le han condenado a muerte en ausencia.
El leve resplandor blanco que rodea su pequeño cuerpo desaparece. Se dispone a seguir a la distancia a Adán por Southampton Row. De un salto alcanza una especie de terraza que sobresale de la fachada de un edificio chato. Pronto comenzarán los dolores físicos derivados de todos aquellos movimientos antinaturales. Recuerda vívidamente la sensación de aquella vez que su rodilla se había salido de su sitio, y el dolor la había atacado inmediatamente después de volver a la normalidad. Instintivamente había tomado su rodilla con ambas manos y la había forzado a volver a su sitio, haciéndose mucho más daño. El insoportable dolor había hecho que desde entonces fuera mucho más cuidadosa.
Su protegido entra a una cafetería en la acera de enfrente, y ella hace ademán de sentarse en el borde, que afortunadamente no es una fachada plana como casi todas las de la calle, sino que tiene un especie de saliente. No es algo tan raro, hay personas en otro balcón, justo en la propiedad contigua, que miran de forma displicente hacia la calle.
Pero de pronto, un escalofrío terrible. Una pesada mano posándose en su hombro. Se vuelve de un golpe, con el miedo en la boca del estómago y a punto de gritar. El resplandor surge de su cuerpo de golpe e ilumina al hombre como un flash. Ve un rostro viejo y casi deforme de colgantes carrillos, cubierto con una capucha como la de un fraile, pero que en realidad no es capucha, sino simplemente el gorro de un espantoso canguro café. El hombre se tapa los ojos con una mano, y con la otra le hace un gesto como para calmarla.
Mara ha perdido el control sólo por un instante. Mira un poco azorada hacia la calle, por si alguien había visto ese flash de luz que no había podido evitar. Nunca ha tenido muy claro si esa luz que emite su cuerpo cuando ataca o se defiende era luz realmente visible o era algo que otros, la gente normal, no podía o casi no podía ver. Pero la  gente caminaba como siempre allá abajo, feliz y uniforme como instituciones connaturales a ese entorno.
- Esa fue una notable muestra de habilidad, muchachita.  - postula el viejo, en perfecto castellano y escupiendo bastante  - Pero no puedes hacerlo mucho. Tu cuerpo no lo resistirá. Tus rodillas se partirán, los músculos se te harán papilla, y ninguno de esos viejos del Capitulo de Santiago gastará una gota de energía en sanarte; ni siquiera te llevarán al hospital. El espíritu siempre está presto, pero la carne es débil.
- No te sentí acercarte - murmura sin querer ella, abriendo los ojos cada vez más. A su mente ha acudido la idea de huir de inmediato antes de recibir una cuchillada en el vientre. Pero su cuerpo no reacciona, tal vez porque presiente que no está frente a un asesino.- Al menos pudiste haber hecho el saludo - prosiguió Mara, llevándose los dedos índice y mayor rápidamente al entrecejo.
- Ah, si, si. A veces olvido los rituales. Bebo mucho, ¿sabes? debe ser por eso - dijo el hombre, llevándose repetidamente los dedos al entrecejo y dándose varios golpecitos en ese lugar, como para no olvidarlo nunca más. 
 "Es tan poderoso que no lo sentí. Pero si fuera enemigo, ya estaría muerta, con los intestinos afuera o con la cabeza separada del cuerpo limpiamente."
- Si, cortar la cabeza es lo más rápido. Pero no, no te haré daño - dijo el desagradable viejo. mostrando unos pocos dientes amarillos entre la barba canosa- solamente quiero decirte algo. Aquí entre nos, no me percibiste porque yo soy tan malo como tu, solo que con mucha mas experiencia. Usé el mismo truco con que tu engañaste a los oscuros en la plaza. Ah, pero yo, a tu edad, no era tan bueno como tu, no señor. Tu si que estas cagada. El Capitulo jamás te dejará ir. Vieja o joven, sana o enferma, eres demasiado valiosa, y mientras más experiencia adquieras, más lo serás. Créeme, no hay muchas personas como tu, y renuncia a tus sueños de una vez, si a estas alturas todavía sigues soñando con una vida normal. Pasarán y pasarán los años, y todo seguirá igual, a menos que hagas algo.
Mara nota como el viejo ha percibido parte de sus pensamientos. Pero en realidad, esto no es nada raro. A ella le pasa frecuentemente con otras personas de mentalidad simple.
- ¿Ese Dios es un bastardo, cierto ? - Se oye murmurar torciendo el gesto. Contra su deseo, ya no siente desconfianza alguna - ¿Cómo puede obligar a algunas personas? Se supone que el Bien no hace eso...
- Tal vez Dios, o lo que tu llamas dios, no es simplemente el bien - repone el viejo, sonriendo, alzando un dedo en gesto magisterial. Una cantidad increíble de arrugas se forman alrededor de sus labios y sus ojos, y su aliento no es agradable. Alcohol.
- Ya sé, ya sé, algunos piensan que está todo mezclado, si, y también que se que la palabra "dios" se aplica a algo muy poco definido - repuso ella - pero es muy injusto. Toda la gente puede vivir una vida normal, excepto nosotros, que tenemos que ver, sentir, oír, cosas que pasan en otro plano que sería mejor ignorar... ¿Por qué el Vejete Cósmico no hace por sí mismo el trabajo sucio? ¿Por qué no se lo encarga solamente a los que SI quieren trabajar para él?
El viejo  mira hacia todos lados como si temiera ser escuchado. La gente que pasa solamente ve a una joven y un anciano que estaban charlando en la azotea de un local. Raro pero no impresionante.
- No tengo respuesta para esas preguntas todavía - dijo el viejo, acercando su rostro al de ella - pero, ¿Que te parecería hacerle una treta al Vejete Cósmico, como tu le dices? 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario