lunes, 8 de febrero de 2016

4

Afortunadamente, no le tocaron niños cerca. Incluso ahí, volando ya lejos de territorio inglés, en la cabina presurizada de clase turística del avión, Mara se siente todavía en guerra. Grendel la había ubicado, pero al parecer no iba a tomar mayores represalias contra ella. Vio por unos minutos a la bestia alada surcando el cielo al lado del avión, con prestos movimientos pensados para infundirle terror. Pero, llegados hasta cierto punto, Grendel se tuvo que volver atrás. Un príncipe jamás abandona su Marca: se suponía que Dios no le daba "permiso": esa era la explicación que le habían dado una vez. 

"Basta. Tienes que relajarte para no ver cosas"

Se acomodó en el asiento, al lado de la ventanilla. Sus botas militares reposaban en un soporte que pendía del asiento delantero. Estaban cubiertas de polvo, y la suela empezaba a despegarse.Grumos de pegamento seco se estaban desprendiendo, y pronto la suela parecería la lengua de un perro acalorado; mientras no se viera mucho el calcetín, estaba bien para ella. 

En la semipenumbra del interior del avión, con la compañía monótona y suave de los motores y el chirreo discreto de audífonos que aislaban al resto de los pasajeros de la realidad, pensó que no tardaría en quedarse dormida. Quería quedarse dormida. El guapo rostro de Adán Velázquez volvía a su mente de vez en cuando, aunque eso era frecuente y no le molestaba de forma particularmente aguda. Pero estaban, entre otros azotes de índole sustancialmente más complicada, los malditos dolores. Los omnipresentes dolores del cuerpo, aquellos dolores tibios en los músculos que a veces le forzaban a caminar como una anciana por las tardes, cuando se sentía agobiada por el cansancio físico y emocional de la jornada. 

Sus pensamientos se centraron en la llamada que había recibido poco antes de entrar al avión, y sintió un estremecimiento de ira y desprecio.
Jorge del Canto, alias Boethós, era el mandamás del Cuerpo en Santiago. Mientras esperaba en la fila para abordar el vuelo, le había llamado al celular, cuyo timbre le sobresaltó ya que no había sonado desde que ella dejara Santiago.
- "¿Asiria?" - Sintió la voz del gordo, gangosa y grave.
- No - respondió Mara, con brusquedad.
- Mara - repuso el otro, con una pequeña inflexión de la voz que denotaba vacilación y a la vez impaciencia.
- Qué quieres -
- Asiria. Ese es tu nombre clave -
- A la mierda. Me llamo Mara -
El hombre pareció suspirar al otro lado e la línea.
- Quiero decirte que hiciste un muy buen trabajo. Ya nos enteramos de todo. Dicen que fue asombroso, que nunca habían visto algo así. Eres una estrella mundial, flaca -
- Quiero que me pagues más. Cobré muy poco, ¿sabes? Había un demonio mayor ahí. Por un momento creí que no sobreviviría.-
Mara se imaginaba al hombre despotricando sin emitir sonido, con el teléfono en la mano, gesticulando al aire enérgicamente. Imaginaba su gordura, su tez rubicunda en el calor de la oficina, y unas gotas de sudor saliendo de su frente y sus patillas, corriendo mejilla abajo. Debía tener la corbata torcida y la camisa arrugada y afuera de los pantalones. Todo el debía ser un gran foco de grasas y olores corporales, con un órgano emisor de sonidos que hacía temblar su papada en cada palabra.
- Mara, ya habíamos acordado el pago - repuso Boethós, con tono fastidiado -ya te adelanté un cheque por cuatroscientos mil-.
- Si, pero surgieron problemas inesperados. Quiero dos millones más gastos -
- Es una locura -
- ¿Te parece una locura, cabronazo? ¿Arriesgar la vida, perder la salud, dejarlo todo, por un trabajo que...
- ¿Y qué dejas? De todos modos tu no tienes vida.
Hubo una pausa incómoda. Ella acusó el golpe. El hombre prefirió proseguir rápidamente.
- Mira, Asiria...digo Mara, mira, sé razonable. No puedo pagarte eso. El Capítulo casi no tiene recursos, los sueldos se atrasan, y este lugar se cae a pedazos. Tenemos tres asesores a tiempo completo a los que cada mes les quedamos debiendo dinero....los mecenas son cada vez menos. La mitad de todos los recursos son puestos por Dereck...
- También a mí me debes dinero. Apenas me alcanza para comer algunos meses -
- Lo sé, lo sé. Pero tenemos muy pocos mecenas, tu lo sabes. Como te decía, Nimrod, o sea Dereck Toro, es el que carga con la mitad de los gastos del Capítulo de Santiago. No de una zona, sino de las tres: Oriente, Centro y Poniente.
- Me ofrecieron integrarme al Capítulo de Londres, ¿sabes?
Hubo un silencio incómodo otra vez.
- ¿Quién te lo ofreció? - preguntó el Secretario General, después de una pausa en que claramente había estado sopesando si era verdad o mentira.
- Alguien que antes trabajaba allá, en Chile, y ahora vive en Inglaterra, precisamente. ¿Sabías que acá hay sesenta asesores sólo para la ciudad de Londres? ¿Sabías que su sueldo promedio es de dos mil quinientos euros mensuales? Sin considerar los pagos por misión...
- Su realidad es muy distinta a la de nosotros. Los Guerreros de la Luz del Reino Unido y de Europa en general han acumulado riqueza desde mucho antes de la Era Cristiana, y además aprovecharon por mucho tiempo los recursos de sus colonias. Por eso ya pueden mantener a sus países en mejor situación frente a las fuerzas desintegradoras que mueven la historia por debajo.

Silencio. El de él, esperando que ella prosiguiera con alguna mordacidad, aunque quizá también sospechaba que a ella no se le ocurriría nada: la rabia no la dejaría pensar.  Por otra parte, la joven sabía que si todo funcionaba mejor en Europa, Norteamérica y algunas partes de Asia y Oceanía era por muchas más razones que las que estaba dando su jefe. En su mediocridad, pereza e incluso quizás falta de honestidad los miembros del capítulo, los mecenas, ella misma, todos, estaban debilitando la organización. "No es mi responsabilidad" , se dijo.

El silencio duró más de la cuenta. Entonces prosiguió Boethos, en términos conciliadores:

- Vamos Mara. Sabes perfectamente que no puedes irte. Dios te puso en Santiago por una razón...¿recuerdas lo que sucedió la última vez que intentaste huír? Andabas como un animalito por las calles...¿quieres terminar en el psiquiátrico como esa vez? ¿O acaso ya no quieres saber qué pasó con tu familia? ¿Ya no quieres vengarte? 
- Eres un gordo maldito, desgraciado, ignorante, y lo único que tengo para ti y para todos lo miembros del Capítulo, es desprecio. 
- Pasa por aquí por tu cheque apenas llegues, o cuando quieras, Asiria - repuso Boethós, remarcando antipáticamente las vocales del nombre "Asiria".
- Aprende a hacer transferencias bancarias - repuso ella temblando de furia, y colgó. Guardó el celular junto a la caja de los cigarrillos. Casi había llegado el momento de subir al avión, y le era indispensable fumar por última vez, pero no se podía, así que reemplazaba la nicotina por temblores corporales y piernas inquietas. 
"Al fin y al cabo, ¿qué me importa a mí que El Capítulo se vaya a la mierda, con todo el país, si nadie hace nada? Las ganas de ser heroína se me quitaron hace tiempo. Yo solo quiero sobrevivir y largarme. Tengo que pensar en mi misma, por Dios, tengo 30 años, estoy sola, enferma, pobre y no he hecho nada que valga la pena, nada que realmente desee hacer."

Se miró en un ventana, como buscando en su imagen la respuesta a la pregunta que se le había presentado:¿había algo en el mundo que ella realmente deseara hacer? . Su reflejo era casi el de una adolescente, al menos en lo tocante al cuerpo, del cuello hacia abajo. Nadie jamás pensaría que había nacido en 1984, nadie pensaría que tenía más de 25, incluso siendo generoso en la edad. Su corta estatura, su delgadez, su ropa de concierto de rock, sus argollas, lo plano de su pecho y sus curvas tan discretas no contribuían a hacerla sentir adulta, o a reconciliarla consigo misma. Quizá lo único que le gustaba de sí misma era el rostro, elegante y suave, poseedor de una piel de gran calidad, de ojos cafés levemente alargados, perfectamente adecuado para una modelo de cosméticos. Pero ahora ese rostro estaba demasiado cadavérico, los ojos demasiado ojerosos, los labios muy resecos y la negra melena, arreglada a tirones usando los dedos como cepillo, aparecía casi apelmazada, muerta, sin brillo. Y su argolla y su piercing le hacían sentir aún más adolescente.

Mientras se acomodaba, sintiéndose algo sofocada por la pérdida de aire fresco y la sensación siempre algo claustrofóbica del interior de la aeronave, se le vino a la mente el suceso de aquella tarde. El lindo de Adán Velázquez, la pelea en la plaza, cómo la habían dejado huir sin más, y muy en especial, lo que le había dicho el viejo guerrero de la luz en la azotea. Ese viejo que, en realidad, era tan oscuro y estaba tan destruido como ella.

Primero que nada, le había ofrecido trabajo en el Capítulo de Londres del Cuerpo. Era verdad. Pero las intenciones del viejo iban más allá. La invitación había sido a usar los poderes para robar bancos, tiendas, cosas así, y solucionar de una vez los problemas económicos. Mara no estaba interesada. Realmente nunca había sido ambiciosa de mucho dinero, siendo de ese escaso tipo de mujer casi ascética en sus gastos personales, que usaba la misma pieza de ropa hasta que se hacía pedazos y que comía tallarines o arroz casi todos los días, excepto cuando se le antojaba pizza. Además, no tenía muy claro hasta qué punto era posible hacerle jugarretas al Vejete Cósmico. Por mucho tiempo Mara había pensado que Dios lo sabía todo. Pero desde hacía un tiempo se había convencido de que esto era una vulgar mentira religiosa para mantener el temor hacia las consecuencias de hacer cualquier cosa por iniciativa propia, y para que todos se plegaran con mayor facilidad a los deseos del poder establecido.

Se arrellanó en el asiento acolchado, y subió los pies. El pasajero que iba al lado, un hombre de barriga considerable y de calva brillante, con rostro bonachón alargado por una barba cuidadosamente recortada en forma de candado, la miró con desagrado. Pero ella le devolvió la mirada y al parecer lo dejó sin ganas de dirigirle la palabra.

Afortunadamente, Mara había logrado relajarse para no ver nada más de que cualquier persona vería en aquél avión.

El calvo había sacado una laptop y tecleaba con suavidad. La joven lo miró de reojo. Había algo en él, o cerca de él, que la estaba inquietando, pero no lo sentía con claridad.Algo así como unas presencias en forma de torbellino.

"Estoy descansando, demonios, no puedo vivir ayudando a todo el mundo"
 se dijo, y trató de distraerse mirando por la ventanilla. Lamentablemente no había mucho que mirar, ni siquiera nubes. Solo una sólida expansión de cielo puro, que el avión parecía atravesar a ritmo casi melancólico. El sonido de los motores era arrullador, suave y cálido como el ronroneo de un gato

Y soñó.

Soñó que se encontraba en una especie de cerro en una noche lluviosa. El ambiente era tenso, sombrío, opresivo para ella. La sensación era como de que algo definitivo, el fin de todas las cosas quizá, se estaba desarrollando ahí. Frente a ella había muchas sombras oscuras de personas que parecían estar esperando una decisión de alguien para lanzarse al ataque...¿Esperaban una decisión de ella, o de alguien más importante? . Un hombre gigantesco frente a ella la observaba con ojos refulgentes, pero la oscuridad le impedía ver bien sus facciones. Mara supo que ese hombre y los que estaban tras él le querían hacer daño. Ese no debía ser su bando.

Era el cerro San Cristóbal, en lo alto, desde donde se ve gran parte de la ciudad. La joven miraba a su alrededor, y veía un extraño resplandor rojizo acompañado de desacostumbrados y retumbantes truenos y estampidos en la atmósfera. Se aproximó al borde del mirador. La ciudad de Santiago entera parece haber explotado en llamas. Hay destellos eléctricos e incendios por doquier en medio de la lluvia y el viento.La sensación es de un vacío y de un miedo frente a un terror superior, ante un poder frente al cual los seres humanos sólo pueden huir y reptar como cucarachas. El cielo es negro y la lluvia es fría. Se ven resplandores extraños que Mara no es capaz de identificar, que se elevan por el espacio con múltiples detonaciones. Ladridos atronadores de perros que suben la montaña en manada. Parece que se han congregado todos los perros, y otros animales, en la falda del cerro.  Allá abajo pueden verse sus ojos brillantes, miles de pares. Arriba, hay aves de carroña girando en círculos, volando muy bajo, apenas visibles en la oscuridad. Han sido convocadas a un festín en que se saciarán de carne y sangre.

Mara da media vuelta. El sueño es muy lúcido, y ella puede intentar captar detalles, pero estos parecen debilitarse cuando intenta fijarlos en la memoria. Donde debería estar la Virgen sólo está la mitad de abajo de la estatua, que se ha quebrado. Hay algo más, pero no puede distinguirlo con claridad. Una especie de estructura enorme que emite algún tipo de energía, de tal naturaleza, que Mara no puede ni siquiera mirarla. Lo intenta, pero la estructura, que domina el cerro, se vuelve inmediatamente nebulosa cuando ella trata de entender o retener sus características.

Un olor muy extraño,  seco y desagradable penetra todo el ambiente sobre la ciudad a pesar del viento. Hay basura en el suelo, hay basura en la falda del cerro, que se acumula como pirámides. Los perros reptan entre ellas. Algunos montones arden sin que la lluvia pueda apagarlos. Mara ve, gracias al resplandor de estos fuegos, que los montones que se ven por todos lados no son sólo de basura, sino también de cadáveres humanos ardiendo. Deben ser cientos.

Se escucha multitud de explosiones, y Mara ve algo que le parece relámpagos o pirotecnia. El cielo es atravesado por muchas luces ininteligibles, y pueden verse sombras de grandes bandadas de aves, iluminadas momentáneamente por las tinieblas hechas fuegos. Fuegos de artificio, eso parecen, pero no son coloridos. Tienen el color del fierro fundido. Ráfagas se este fuego se elevan por doquier desde la tierra. De distintos puntos de la ciudad surgen constantes llamaradas y explosiones que hacen temblar la tierra bajo sus pies. 

Entonces ve, a sus espaldas a los suyos, y siente un momentáneo pero grande alivio. Allí hay gente que ella conoce bien, que es capaz de ayudarla.  Hay un hombre pequeño y mayor del que emana un gran poder, con el cuerpo rodeado de luz.  Intenta reconocerlo, siente una nostalgia, un dolor del pasado, pero la figura se funde con el medio. Está Adán Velázquez, que la mira como esperando que ella tome una decisión. Atrás de ella, justo bajo la luz de un foco, hay una joven delgada y rubia, de rostro compungido, que Mara no conoce, pero de la que también emana una fuerte luz, de esa que había antes de que el sol, de que cualquier sol, existiera. Hay muchos más, casi tantos como las sombras negras que tienen que enfrentar para salvar sus vidas. También entre los suyos puede distinguir a Boethós, a los asesores del Capítulo. Su presencia allí es un alivio, pero la sensación de soledad, de responsabilidad y de apocalipsis seguía allí. Se da cuanta de que ellos deben enfrentar a las sombras oscuras que se yerguen delante no solo para salvarse, sino para salvar lo que queda del mundo.  Son como dos facciones que se enfrentarán definitivamente, y ella está en primera línea por alguna razón. Un conflicto de milenios está a punto de dar un paso definitivo, allí, ante ella, gracias a Logos. Y Mara escuchó una voz aterradora que decía simplemente "Se ha acabado el tiempo, y ¿dónde estás tu? ".

- ¡Llamen a un médico! ¿usted es doctor? ¡Que alguien lo ayude! - Las voces fueron sacando poco a poco a Mara de su sueño inquieto, mientras en su cabeza retumbaba la frase.

"Se ha acabado el tiempo, y ¿Dónde estás tu? ¿Tienes miedo?"  Además, no podía parar de preguntarse quién o qué era Logos, una palabra que recordaba con diáfana claridad del sueño que acababa de atormentarla.

Había un grupo de personas en el pasillo del avión. Mara tuvo que apretarse contra el asiento, ya que todos querían acercarse. El gordito del laptop estaba tendido. Un hombre alto y canoso se abrió paso anunciándose como médico de emergencias. Mara no veía bien todo lo que ocurría, pero no era necesario ver mucho: estaban tratando de reanimarlo.

"Ay no, voy a empezar a verlo. Odio cuando pasa eso". Se dijo la joven, y se dispuso a mirar por la ventana. Pero no pudo evitar volver la vista una vez más hacia el ajetreo que armaban todos, tal vez por simple morbo, o quizás, porque el sueño que ha tenido la ha dejado en estado de alerta.  Tiene la sensación de que algo está empezando a suceder, no sólo ahí, en el avión, sino a una escala muchísimo más grande.

Vio entonces al espíritu del gordito elevándose sobre su cuerpo, y sintió como la oscuridad envolvía a esa alma confundida "No es mi responsabilidad, estoy descansando, no puedo hacer nada" se repetía ella, sintiendo que se mentía. El fantasma del hombre parecía aterrado. Miraba hacia todos lados, observaba su cuerpo fláccido y sin vida mientras el torbellino negro lo envolvía para llevárselo al lugar de donde no se regresa, donde se debe dejar toda esperanza.  Entonces fue cuando el espíritu miró a Mara con ojos suplicantes...y movió los labios sin emitir sonido, justo un instante antes de desaparecer: 

"¿Por qué le revelaste las palabras secretas a Adán? Estás al borde de la oscuridad, otra vez.

Mara sintió un frío que le recorría desde la cadera hasta la altura de los omóplatos.

"Maldición. El Vejete Cósmico si me estaba vigilando". 

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